Historias de Rufianes y Proxenetas, Buenos Aires 1930:
Autor: Julio L. Alzogaray
Titulo Original: TRILOGÍA DE LA TRATA DE BLANCAS
(Rufianes - Policía – Municipalidad)
Extractado por Aldo Rizzi para Milonguera
"La proxeneta mayor, o sea la dueña, está instalada en departamento aparte, con excesivo lujo.
Una habitación, destinada a la administración “comercial”, tiene escritorio, caja de hierro, libros, papeles, archivos y demás accesorios, y a su cargo actúa un escribiente con obligación de mantenerla al día, principalmente en el renglón “ganancia” de cada mujer.
En otra habitación funciona el consultorio médico, con mesas para examen y buen instrumental, que es sostenido por el mismo prostíbulo, y las
restantes dependencias se destinan al privado de la dueña, con arreglo de dormitorio, cuarto de vestir, baño, etcétera.
El acceso a este departamento es sólo permitido a los señores influyentes: comisionado o intendente municipal, diputados nacionales y políticos amigos.
Allí se comentan en tertulia las novedades políticas del día, los asuntos financieros y hasta se incuban candidaturas, como ocurrió en Mendoza, donde los nombres de los candidatos que después triunfaron, se eligieron, antes de su proclamación, en el prostíbulo de Federico Glik"
"La organización social de los rufianes establece que a la comisión directiva, corresponde intervenir en operaciones corrientes, tales como la compra venta de mujeres; indemnizaciones a los socios que por una causa u otra se quedan sin esclavas; traslados de las mismas a distintos prostíbulos, multas a los remisos en el cumplimiento de sus obligaciones e abonar las cuotas-coimas, dádivas, exacciones y beneficios.
En la actualidad, los remates de esclavas se realizan con tanta frecuencia como hace años, pero menos aparatosamente, porque, como han pasado a ser operaciones sencillas, de orden común evítanse precauciones juzgadas innecesarias, desde que no es obligación la presencia de la subastada.
Este requisito considérase indispensable cuando se trata de una recién importada.
Si es prostituta conocida la que se pone en venta, por causas de antemano divulgadas entre los rufianes, la suma a pagar no debe exceder los dos mil quinientos pesos.
Las indemnizaciones consisten en el pago de una cantidad obligada al rufián que acepta la mujer de otro para continuar explotándola[1].
Al que se ve privado de ella por muerte, enfermedad o agotamiento, le procuran la sustituta, y si no encuentran, le facilitan dinero para que vaya a Europa a conseguirla.
Si las esclavas exteriorizaban alguna protesta o no cumplen estrictamente las exigencias del rufián, las trasladan de un prostíbulo a otro, donde les espera un recibimiento y permanencia espantosos. Y a buen seguro que no le quedan ganas de reincidir.
Cuando por excepción, algún rufián quiere independizarse de la sociedad, debe abandonar las mujeres que explota, pues de lo contrario, el cierre del prostíbulo no tarda en llegar; y, si por no tenerlo, pretendiera obligarlas a ejercer la prostitución callejera, no faltan oficialitos policiales que persiguen tenazmente a unos y a otras, hasta hacerles imposible toda actividad. En resumen, contra la “grey” social constituida, nadie puede, y el que lo intentara, sucumbe por “contra golpe”,
según la locución creada por el ex Jefe de Investigaciones prófugo. "El rufián importador traía mujeres para vender exclusivamente: las depositaba con anticipación en casa de viejas proxenetas, donde luego se efectuaban los remates, con la presencia de los interesados, espectadores voluntarios, autoridades, algún
juez de instrucción, quienes asistían al espectáculo por “espíritu de curiosidad”.
La habitación utilizada para ese fin estaba provista de un tablado, a manera de escenario, en el que aparecía la víctima, exhibiendo su desnudez. No bien corríanse lateralmente las cortinas que la ocultaban a las miradas de los asistentes, se anunciaba el remate y entonces hombres y mujeres precipitábanse sobre la infeliz, impulsados por un acceso de repugnante avaricia. Palpaban la dureza de las carnes y se detenían en la conformidad general del cuerpo y de los pechos en particular, de la dentadura y del cabello. Realizado este “examen”, comenzaba la subasta. Formadas uno o dos ofertas, por distintos interesados, pero sin revestir nunca los aspectos de una competencia formal, adjudicábase la mercadería al mejor postor."
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